viernes, 1 de abril de 2011

Odio los cumpleaños



No he muerto. Estoy juntando maldad.

Mientras tanto festejemos este primer año de tantas satisfacciones. (?)

Aunque no se note, los quiero.

Gracias por estar.

martes, 1 de febrero de 2011

Se supo: Nos tapó el agua.

Resulta que en mi ciudad, cada vez que caen dos o tres gotas de lluvia, mágicamente Venecia se traslada desde Europa hasta aquí. La cagada es que el combo no incluye las góndolas ni el glamour europeo. Hay que hacerle frente a la inundación con el pantalón arremangado.

Si estás en auto… SONASTE.

Adivinen qué? Estaba en auto. Soné.

A continuación el relato de uno de los días de lluvia más “emocionantes” de mi vida.

Resulta que Hermano debía ir al centro, por lo que abnegada Madre decidió llevarlo en auto. La mamerta que les escribe decidió acompañarlos.

La vuelta a casa transcurría sin mayores dificultades, salvo por un pequeño detalle: Madre había elegido el camino más anegado.

Era un lago. El agua cubría todo, llegaba hasta los patios de las casas.

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Agua, agua y más agua. Marrón, asquerosa.

En ese momento crucé los dedos. Sabía la que se venía. Y se vino nomás…

En esa intersección de calles del demonio ocurrió lo que NO tenía que ocurrir. Dos tirones y el auto se quedó en el medio del lago urbano. Totalmente ahogado, inmóvil, inutil.

El agua llegaba casi a las ventanillas y yo no podía hacer otra cosa que reír de los nervios. Me calcé las gafas oscuras y recliné mi cuerpo en el asiento esperando despertarme y que todo fuera un sueño.

Los autos que pasaban hacían olas dignas de competencia de surf. Para variar, el cielo no ayudaba. Seguía lloviendo como coronación de nuestra patética situación.

Mi madre desesperada, revolvía la cartera en busca de algo para comer… (¿?)

Acá somos así: Situación estresante, se come… No se piensa en una solución, se come.

Menos mal que soy humana y no un cerdito de la sabana. Me imagino masticando pasto desaforada mientras viene el león a mandarme al buche.

Hecha esta analogía Reyleonezca, continuo…

Como Madre no tenía siquiera un chicle para calmar los nervios, se puso a comer dentífrico! (?) Yo no salía de mi asombro. Mi vieja estaba desvariando al ritmo del - Qué hacemos?? Qué hacemosss?? con la boca llena de espuma, emanando un rico aroma a mentol.

Totalmente superada por la situación e inerte como pocas veces, me limitaba a reír para no llorar, pensando en que todo eso no estaba pasando…

Como si fuera poco, al mirar hacia abajo, nos percatamos de que teníamos agua hasta los tobillos.

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Lo que faltaba: Nos inundábamos.

Los autos seguían pasando como lanchas de off shore mofándose en nuestros perplejos rostros.

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Mi madre con la boca fresca y mentolada intentaba conseguir ayuda haciendo señas. Porcentaje de éxito de la maniobra: 0 (cero)

En ese momento, un rayo de luz divina iluminó a los empleados de un corralón cercano, que haciendo uso de un montacargas diminuto, se compadecieron y nos ayudaron.

No recuerdo qué hicieron, pero logramos salir con el auto a los tirones y en contramano. Mi vieja tiraba besos y movía los brazos como si hubiera sido recién coronada Reina de la Vendimia; yo intentaba suicidarme cortándome las venas con la palanca de cambios.

Cuando estábamos por llegar a casa, por el camino más seco, rápido y seguro (la avenida principal de la ciudad), el destino nos tenía otra sorpresita. Arbol caído por la tormenta. Tránsito cortado. Había que doblar por otra calle .

Adivinen qué? Inundada.

Muchos autos, muchos colectivos. Semáforo en rojo. Semáforo en verde. Tirón, tirón… Nos quedamos (de nuevo).

Papelón #2 de la tarde

Estábamos atravesadas en medio de una de las calles más transitadas de la ciudad. La baliza no funcionaba. Mi vieja creyó que abrir y cerrar la puerta del conductor iba a servir para alertar al resto de los automovilistas. Así lo hizo. Con cada apertura de puerta sacaba la cabeza, miraba para todos lados, ponía cara de perro muerto y decía: Ayuda, ayuda! No puedo moverme, no puedo moverme!

Era el acabose. Oh, sí.

Ya la estrategia de los lentes oscuros no servía. Necesitaba ahogarme en los 20 cm de agua en la que venía remojando mis pies. Demasiada vergüenza para un solo día.

Después de muchos minutos angustiantes en los que nadie se ofreció a dar una mano, un alma caritativa nos empujó desde atrás con su camioneta y logró sacarnos del brete.

Los abrazos y besos que mi madre le dio a ese hombre, me hicieron pensar que era un amigo de toda la vida. Error, nunca supo quién era.

Cuando por fin logramos llegar a casa, la pesadilla no había terminado. Teníamos que sacar el agua de adentro del auto… Como Murphy rige mi existencia, una vez que sacábamos una cantidad considerable; desde las entrañas del auto se filtraba una cantidad igual, que volvía el trabajo a cero. Ni hablar del olor a humedad (queda mejor decir humedad, pero era una mezcla de queso podrido, perro muerto y pies transpirados) que quedó impregnado por días y días.

Nota mental y consejito: Nunca tirar desodorante encima de un olor nauseabundo; empeora el hedor hasta limites insospechados.

Concluyendo: Adoro los días de lluvia; pero para estar en casa planeando cómo conquistar el mundo mientras veo los comerciales de Sprayette.

Soy Mala Pe, no esperen que ponga que me gustan los días de lluvia para hacer cucharita con el amor de mi vida, mientras escucho las gotas golpear contra la ventana.

Tsssssssssssss! =/

Hasta la próxima, en la que me pondré las pilas con algo un poco más elaborado y digno.