lunes, 3 de mayo de 2010

De bichos y otras yerbas...

Nunca tuve mascotas normales. Nací en una familia particular. Muy bichera. Demasiado.

Cuando era pendeja, mi viejo criaba chinchillas.
Esos bichos se reproducían de lo lindo.
En un momento, llegó a haber demasiadas chinchillas en casa. Casi 20 pseudo ardillas de todos los tamaños pululando por todos lados. Un caos.
Mi vieja obviamente puso el grito en el cielo, y obligó a mi viejo a regalarlas.
Lo único que extrañé de la partida de las chinchillas, fue que no iba a poder comerles más el alimento balanceado. No se por qué me gustaba tanto comer a escondidas esa porquería. Eran unas cilindritos que parecían de aserrín, con un gusto horrible.
Mmmmm, se me hace agua la boca al recordarlas! El sabor de lo prohibido!

Cuando el asunto chinchillar estuvo resuelto, mi viejo se encontró un pollito en plena calle. Lo persiguió hasta que lo agarró y me lo trajo. Era tan lindo! Todo amarillito y chiquitito.
Pero el pollo empezó a crecer, ya no era amarillito y chiquitito. Me perseguía por toda la casa, y cagaba de lo lindo.
Un día se puso demasiado grande. Pollo ya era un gallo, muy insoportable.
Gritaba a toda hora, no solamente al alba.
Sí, ese gallo hijo de puta gritaba todo el puto día.
Por nuestra salud auditiva, mis viejos decidieron llevarlo a “una chacra”.
De grande me di cuenta que cuando a los animales se los llevaban a “una chacra” era porque estiraban la pata. Es choto crecer y darse cuenta de esas cosas... No obstante, si piensan que a Pollo lo hicieron puchero, se equivocan. Efectivamente fue llevado a una chacra, lo comprobé con mis propios ojos.
Lo fui a ver un par de veces, era el semental del gallinero, estaba feliz.
Después se hizo adicto a la pasta base y no lo vi nunca más. Pollo choto.

Igual, mis mascotas preferidas eran los sapos. Me sentía una valiente al jugar con ellos, porque casi todas mis amiguitas del jardín de infantes les tenían terror.

Me da bronca la gente que le tiene asco a los sapos, o que piensan que hacen aparecer verrugas, o son venenosos. Puras falacias.

De chica tenía un sapo macho en el jardín de mi abuela. Vaya a saber por qué, lo bauticé Vergo.
Hasta ahí todo mas o menos bien.
Un día, un jardinero llevó otro sapo. Era hembra.
En mi tierna e inocente mente infantil, como era nena, la bauticé Verga.
Qué lindo! Tenía la parejita: Vergo y Verga.
Iban a ser novios, después casarse y tener renacuajitos, depués sapitos y bla bla bla...
Todo lo que una pibita normal proyectaba en Barbie y Ken, yo lo hacía en mis sapos.

Nunca entendí porqué cuando iba a mostrarles la “sapa” nueva, toda la parentela miraba con ojos desorbitados y cara de espanto, e inmediatamente después insistía en que le cambiara el nombre.
“Mira mi Verga, mira mi Verga!” les gritaba yo, contentísima con mi nueva adquisición.
Verga era un nombre bárbaro, yo estaba chocha con Verga! Me sentía orgullosa de haber inventado un nombre tan original, y a todos esos pelotudos no le gustaba! Me daba una bronca!
Un día vino mi abuela, y me dijo muy preocupada, que Verga quedaba mal, que no era un nombre apropiado para un sapo, y que lo cambiara por otro más lindo. No me acuerdo cómo hizo, o qué me dio a cambio, pero me convenció.

Finalmente se me ocurrió que Vergo era igual a Mario Pergolini, y por eso mutó su nombre a Pergo, y la “sapa”, obviamente pasó a ser Perga.

Cuando fui un poco más grande, me saqué el gusto y le puse Verga a una osa de peluche. Igual, no se lo decía a nadie. Había una extraña razón por la que los adultos repudiaban ese nombre que a mí me gustaba tanto.


Años después, cuando me enteré a qué le decían verga, me quise matar.


Esto se presta tanto al doble sentido y a los chistes fáciles que me da mucho miedo.


Ma sí, a la verga! Yo lo publico igual!

2 comentarios:

AEZ dijo...

Jejejeje, tengo TANTO para decir sobre este posteo que voy a ser buenísimo y me voy a autocensurar.

Gabriela dijo...

JAJAJA que ocurrencia por dio!